En un proceso comunicacional como el que se genera con las transmisiones de béisbol, tan importante como el narrador y el canal por donde se emite la señal son los oyentes. En Venezuela el radioescucha aficionado al béisbol respondió desde el mismo instante en el cual comenzaron las transmisiones, cuando Esteban Ballesté se montó en la descripción del juego entre el Royal Criollos y el Magallanes, en 1931.
Fueron muchos los aficionados que aprendieron a “ver el béisbol por radio”, conocieron las características de los jugadores, las acrobacias que estos hacían para poder concretar un out e incluso una doble matanza, conocieron la contundencia de un batazo que terminaba depositado en las gradas, visualizaron las dimensiones del terreno, en fin recrearon su imaginación con las descripciones de cada uno de aquellos narradores de nuestra pelota. A propósito de esto, vale la pena extraer, del artículo denominado El Espectáculo de la Inteligencia, un fragmento escrito por Hernández Montoya, R:
Lo sé por Eulalia Mujica. Un día un glaucoma le confinó la vejez a un radio. Como mujer decente de aquella época nunca fue a un estadio y mucho menos a una caimanera. No supo como era el diamante sino como inferencia topológica a través de la palabra radial, su experiencia beisbolística era, pues, puramente verbal, la desnuda abstracción del espacio y su dinámica.
Sin ánimo de despreciar a los peloteros de la época, en muchos casos se concretaron jugadas sencillas que los narradores describieron como legitimas acrobacias, todo esto con el fin de mantener atenta a la audiencia, la exageración se mostró como un recurso que fue apreciado por los radioescuchas aficionados, ya que más que un juego, empezaron a sentir el encanto de autenticas novelas narradas por personas como Buck Canel:
Chico fue un héroe radiofónico antes que un atleta real o mensurable en el caso de que a los jugadores de béisbol se les pueda llamar atletas. Ciertamente lo vi jugar unas docenas de veces en el estadio de la Cervecería Caracas, y aprecié el dechado de sus lances, pero ninguno de ellos, ninguna realidad de guante especifico y disparo a home, tuvo la impronta, el delirio estremecido que Buck Canel construyó vocalmente en torno al portento de Sarría. ¿Qué le voy a hacer, Padrón? A mí, este país me lo enseñaron por radio. (Cabrunas, J.I )
A parte de la exageración otros recursos fueron puestos en práctica por los narradores de la época de los cincuenta. El béisbol es un deporte que tiene muchos brake a lo largo del partido, es decir muchas interrupciones, los narradores tuvieron que lidiar con este problema para no permitir que la audiencia cambiara de señal, fue así como los narradores de forma intencional retardaban la descripción de los que ya había pasado, con esto aseguraban material para narrar cuando los equipos cambiaban de la ofensiva a la defensiva y viceversa. Sobre esta interrupción que se produce en el béisbol y el trabajo de los narradores se refiere el escritor Salvador Garmendia:
Nunca voy al stadium; en cambio llegué a ser un fanático de la pelota transmitida por radio, en los años de los 40-50, cuando Pancho Pepe Cróquer nos incendiaba la imaginación con su narración elocuente, excitante e imaginativa de los partidos”.
Como un maestro del suspenso oral, Pancho Pepe recubría con imágenes de sugestionante realismo los largos paréntesis, los tiempos muertos y las anestesiantes esperas que a cada momento se producen en medio de un juego principalmente cerebral como el béisbol: ¡Y la bola se va elevando, se va elevando, se va elevando!... La voz atenorada de aquel narrador insuperable parecía subir a las nubes y los pequeños aquí abajo moríamos atornillados en las sillas, con los dientes apretados y las manos crispadas esperando el imprevisible resultado de una jugada, que allá en caracas había sido vista y celebrada hacía rato por la multitud. El partido narrado por Pancho Pepe era un “cuento”, una narración menos real que inventada. Cuando algunos años después asistí por primera vez al campo, el juego me pareció demasiado formal y aburrido. Yo seguía prefiriendo las tratas de la imaginación y la inventiva, antes que la severa realidad.
El aficionado respondió a la gracia e inventiva de narradores como Buck Canel, “Pancho Pepe” Croquer y Abelardo Raidi, siempre buscaba la manera de escuchar un juego de pelota, esforzándose por conseguir la señal donde quiera que esta se encuentre. En los andes eran muchos los aficionados que tenían que subir a un enorme cerro para poder captar la señal emanada desde Caracas a través de la onda corta. Existen otras anécdotas como la de Joaquín Marta Sosa que demuestran la pasión por la pelota a mediados de los años cincuenta cuando la televisión apenas daba sus primeros pasos. Marta Sosa, J:
Entonces comenzó todo. La pensión donde vivía, llena de emigrantes portugueses dedicados a la construcción, tenía una sola radio que todos escuchaban en el gran mesón colectivo a la hora de la cena. Eran los tiempos de “El derecho de nacer”, “Tamakun, el vengador errante”, las primeras promociones de Ace y del pan nacional (precursor de Holsum). Después de la cena había que acostarse porque al otro día la faena se emprendía con cal, arena y ladrillos, antes de las siete de la mañana. Ese era el momento que aprovechaba para hurtar y meter la radio bajo mi almohada y escuchar un juego Caracas- Magallanes del que poco o nada entendía. Pero me hice magallanero, porque Magallanes era el portugués que desde cerca del pueblo de mis padres había dado la vuelta al mundo.
Luego de la llegada del transistor los cambios en la manera de narrar se dieron vertiginosamente, ya no podían exagerar en cada jugada los narradores y el tiempo tenía que ser exacto al desarrollo del juego, debido a que le aficionado empezó a llevar su radio portátil al estadio y podía apreciar ambas cosas: la jugada y la descripción del narrador. Es así como la figura del comentarista empieza a ganar fuerzas ya que llenaba de opiniones sobre el juego de pelota cada una de las interrupciones que se producían por el cambio de ofensiva.
Con el aparato transistor el aficionado empezó a escuchar béisbol en todas partes, en la casa, en la montaña, en el carro y hasta en el propio estadio, “La gente está escuchando béisbol permanentemente incluso en la carretera sintonizando cualquier emisora. Porque el béisbol tiene interconexiones y los circuitos están dando información de todos los encuentros simultáneamente”. (Mijares 2005)
A pesar de la televisión el aficionado de béisbol sigue siendo un fiel oyente de la radio, gracias en parte a los circuitos y al transistor. En el estadio puede confrontar o corroborar sus opiniones sobre alguna jugada con sus narradores y comentaristas favoritos y fuera del estadio recibe la información que ningún otro medio puede generarle hasta ahora, además los narradores radiofónicos asumen el juego de pelota como un aficionado más y eso culmina atrayendo o repeliendo al fanático, pero en ambos casos es beneficioso ya que así se garantiza la sintonía de todos los circuitos debido a que existen distintas simpatías por los equipos de nuestra pelota profesional.